Está semana tuve varias conversaciones de coaching con diferentes profesionales, siendo el tema recurrente la imposibilidad de mantener alguna conversación con un jefe, empleado y/o colega. Estos profesionales prefieren no efectivizar las conversaciones por temor, principalmente, a dañar la relación con la otra persona.
Es más, en general, quieren que la conversación termine con recibir el reconocimiento de que tienen razón y, a la vez, que la relación se mantenga intacta. Situación que habitualmente no ocurre porque en este tipo de conversaciones donde las partes quieren imponer su razón, la relación se resiente. Vamos a llamarlas, “conversaciones difíciles”
Esto es mas o menos así.
En una “conversación difícil” aparece al descubierto lo peor de las partes. Cada una de estas parten de la certeza de saber perfectamente que es lo que ocurre y que debería ocurrir. Estar parados desde sus verdades trae la primera de las dificultades de estas conversaciones, ninguna de las dos partes se escucha
Y ahí aparece la segunda dificultad, cada una de las personas asume que saben cuáles son las intenciones de la otra, y por lo general, esas intenciones no son buenas. La cual se potencia cuando las partes suponen que una vez que aclaren que sus intenciones son buenas, la otra persona ya no tiene justificación para estar molesta. Grave error.
Ambas dificultades llevan a las partes a la inevitable posición de echarse culpas mutuamente, lo que convierte a la conversación en una discusión interminable.
Ahora, agreguemos otros condimentos que las partes no se dicen pero que pasan por dentro. Estos son: los sentimientos que cada uno siente, infaltables en toda conversación difícil, y el impacto sobre la autoestima que cada uno sufre.
Todo este conjunto de situaciones hace que las conversaciones sean inefectivas y, en consecuencia, impactan en la tarea, las relaciones y los individuos.
Todo empresario debería revisar la efectividad de las conversaciones en su organización
Resolver efectivamente este tipo de conversaciones requiere indispensablemente de:
Humildad, porque solo desde la humildad una persona acepta que la otra parte puede, aún ante la misma situación, ver cosas diferentes y por ende construir su propia historia. Por lo tanto, se debe estar abierto a escuchar la historia de la otra parte.
Hacerse cargo, porque seguramente ambas partes contribuyeron para que el problema que deben resolver exista. Hacerse cargo es aceptar que se contribuyó a crear el problema.
Gestionar las emociones, porque los sentimientos son parte infaltable de toda conversación difícil. Como dijo alguien, pretender que no haya sentimientos en una conversación difícil es como esperar que no haya música en una ópera. Y los sentimientos deben ponerse arriba de la mesa.
Coraje, para afrontar la conversación sabiendo que durante la misma se puede poner en juego la identidad de las partes y es indispensable mantenerse en equilibrio. Recuerda siempre que
el que se enoja, pierde
Entonces cuando te dicen:
¡Tengo razón, y no hay dos maneras de hacerlo!, compréndelo y llévalo a que escuche tu perspectiva sobre la situación.
¡Me lastimaste a propósito!, entiéndelo y dile que no fue tu intención y que te hable más sobre cómo se sintió.
¡Todo esto es tu culpa!, menciónales que estás seguro de que has contribuido al problema y céntrate en qué contribuyó cada uno a la situación.
¡Eres la persona más desagradable que he conocido!, mantén el equilibrio e indaga sobre los hechos que sustentan su opinión.
Humildad, hacerse cargo, gestionar la emoción y tener coraje son las claves para que tus conversaciones sean efectivas.
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