El jueves recibí una frase en un grupo de WhatsApp y me puse a reflexionar sobre cada una de las oraciones y me dije, ¿Por qué no compartirlo? Pues eso es lo que haré.
La frase dice así:
“Fácil es juzgar los errores de los demás; difícil es reconocer los propios.
Fácil es hablar sin pensar, difícil es pensar antes de hablar.
Fácil es herir a quien nos ama, difícil es curar esa herida.
Fácil es prometer, lo difícil es cumplir.
Fácil es dictar reglas, difícil es seguirlas.
Fácil es decir te amo, lo difícil es demostrarlo cada día.
Fácil es criticar a los demás, lo difícil es mejorar uno mismo.
Fácil es llorar por lo perdido, lo difícil es cuidarlo”
Fácil es juzgar los errores de los demás; difícil es reconocer los propios
Tendemos a observar los errores ajenos con claridad. Juzgarlos parece otorgarnos una suerte de superioridad moral, como si al señalar las fallas de otros, estuviéramos exentos de equivocaciones. Sin embargo, reconocer nuestras propias fallas requiere una valentía mucho mayor. Nos obliga a enfrentarnos a nuestra fragilidad, a admitir que somos imperfectos. Solo cuando aceptamos nuestras propias equivocaciones podemos aprender de ellas y crecer.
Fácil es hablar sin pensar, difícil es pensar antes de hablar
¿Cuántas veces luego de decir algo te encontraste diciendo: para qué dije eso? Muchas veces, verdad. Es que nos dejamos llevar por la impulsividad. Las palabras tienen un poder inmenso; pueden sanar o destruir, unir o separar. Pensar antes de hablar implica una pausa, un acto consciente que nos invita a considerar las posibles consecuencias de lo que decimos. Esa reflexión es lo que permite que nuestras palabras construyan en lugar de destruir.
Fácil es herir a quien nos ama, difícil es curar esa herida
En la intimidad, donde nos sentimos más seguros, bajamos nuestras defensas, y en esa vulnerabilidad podemos herir sin intención a quienes más nos importan. Curar esas heridas es mucho más complicado que causarlas. Requiere tiempo, esfuerzo y, sobre todo, un genuino compromiso de cambio. Las relaciones profundas se construyen sobre el cuidado y la atención mutua, y sanar es un proceso que demanda dedicación constante.
Fácil es prometer, lo difícil es cumplir
Cuando las emociones están a flor de piel o cuando queremos evitar conflictos, prometer algo es una buena salida. Sin embargo, cumplir lo que prometemos es el verdadero reto. Cumplir una promesa implica responsabilidad, esfuerzo y, en muchos casos, sacrificio. Es fácil decir lo que el otro quiere escuchar, pero la verdadera integridad se manifiesta en la acción coherente con nuestras palabras.
Fácil es dictar reglas, difícil es seguirlas
Es mucho más sencillo imponer normas a los demás que vivir de acuerdo a nuestros propios estándares. Dictar reglas, decir lo que creemos correcto nos sale con naturalidad. Sin embargo, seguir esas reglas, ser fieles a nuestros principios incluso cuando nadie nos observa, es lo verdaderamente complicado. La coherencia entre lo que decimos y lo que hacemos es la base de la integridad personal.
Fácil es decir te amo, lo difícil es demostrarlo cada día
Decir “te amo” es un acto significativo, pero demostrar ese amor a diario es el verdadero desafío. El amor no se sostiene únicamente con palabras, sino con acciones constantes que reafirman el compromiso hacia el otro. Cuidar, escuchar, estar presente en los momentos difíciles, y demostrar comprensión son los pilares que sostienen el amor verdadero. Demostrar amor cada día implica esfuerzo, pero también es la base de las relaciones duraderas.
Fácil es criticar a los demás, lo difícil es mejorar uno mismo
La crítica a los demás es algo que realizamos con mucha facilidad, ya que poner la atención en el exterior nos permite evitar mirarnos por dentro. Sin embargo, mejorar uno mismo es un proceso complejo que implica autoconocimiento, honestidad y un constante deseo de evolucionar. Para mejorar, necesitamos dejar de proyectar nuestras inseguridades en los demás y empezar a trabajar en lo que podemos cambiar dentro de nosotros.
Fácil es llorar por lo perdido, lo difícil es cuidarlo
Cuando algo o alguien importante se va de nuestras vidas, el lamento parece inevitable. Sin embargo, cuidar lo que tenemos antes de perderlo es el verdadero reto. A menudo, damos por sentado las relaciones, las oportunidades y las experiencias que nos rodean, sin darnos cuenta de su valor hasta que ya no están. El cuidado constante y la atención a lo que apreciamos es lo que evita que lleguemos a lamentar su pérdida.
La vida nos pone frente a elecciones constantes entre lo fácil y lo difícil. Las decisiones fáciles suelen ser tentadoras porque no implican esfuerzo inmediato, pero también son las que a largo plazo pueden llevarnos a arrepentimientos. En cambio, las decisiones difíciles, aquellas que requieren reflexión, autocontrol y compromiso, son las que verdaderamente construyen una vida plena y coherente. Si somos capaces de elegir lo difícil cuando es necesario, estaremos más cerca de vivir de acuerdo con nuestros valores y alcanzar una mayor satisfacción personal.
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