En un pequeño pueblo vivía un hombre llamado Donaldo. Donaldo era conocido por ser el dueño y gerente de la única panadería del lugar, un negocio que había heredado de su padre. Aunque el negocio prosperaba, Donaldo tenía una particularidad que lo diferenciaba de otros líderes: era incapaz de delegar responsabilidades.
Desde la mezcla de la masa hasta el horneado del pan, Donaldo insistía en realizar cada tarea él mismo. Se levantaba antes del amanecer para amasar la masa con sus propias manos, controlaba personalmente cada proceso de horneado y, al final del día, cerraba la tienda exhausto pero satisfecho de su trabajo.
Sus empleados, aunque talentosos, se sentían frustrados por la falta de confianza que Donaldo depositaba en ellos. Intentaban sugerirle formas de mejorar la eficiencia, delegar tareas y expandir el negocio, pero él siempre respondía con un firme "No puedo confiar en nadie más que en mí mismo".
Un día, un extraño llegó al pueblo. Era un viajero cansado que buscaba un lugar para descansar y un poco de comida caliente. Donaldo lo recibió con amabilidad y le ofreció un poco de pan recién horneado. Mientras comían, el extraño notó el agotamiento en los ojos de Donaldo y la tensión en su postura.
"¿Por qué te aferras tanto a hacer todo tú mismo?" preguntó el extraño con curiosidad.
Donaldo suspiró, "Porque nadie más puede hacerlo como yo lo hago. Si quiero que las cosas salgan bien, debo hacerlas yo mismo".
El extraño asintió con comprensión. "Pero, ¿has considerado que al no delegar, estás limitando el crecimiento de tu negocio y tu propia felicidad? ¿No te gustaría tener más tiempo para ti mismo, para disfrutar de las cosas que amas?"
Donaldo frunció el ceño, reflexionando sobre las palabras del extraño. Aquella noche, mientras amasaba la masa para el día siguiente, se encontró pensando en sus palabras. ¿Podría realmente confiar en alguien más para hacer el trabajo?
Al día siguiente, Donaldo decidió darle una oportunidad a sus empleados. Les explicó que necesitaba tomarse un día libre para reflexionar sobre el futuro del negocio y les encomendó la tarea de manejar la panadería por sí mismos. A pesar de sus dudas iniciales, los empleados aceptaron el desafío con entusiasmo.
Para su sorpresa, cuando regresó al día siguiente, encontró la panadería funcionando sin problemas. El pan estaba fresco, los clientes felices y sus empleados radiantes de orgullo. Fue entonces cuando Donaldo comprendió el poder de la delegación.
Con el tiempo, aprendió a confiar en su equipo y a delegar responsabilidades. El negocio prosperó más que nunca, y Donaldo finalmente encontró el equilibrio entre el trabajo y su vida personal.
¿Te sientes identificado con Donaldo?
Si eres como muchos empresarios o emprendedores te sentirás identificado.
Ahora pregúntate: ¿te gustaría modificarlo como hizo Donaldo? Si la respuesta es afirmativa, entonces debes hacerte la que para mí es la pregunta más importante: ¿por qué quieres delegar?
Aquí puede haber una gran variedad de respuestas ya que depende de cada persona, pero lo más importante es que estos motivos, por los cuales eliges comenzar a delegar, deben ser el impulso que te lleve a hacerlo a pesar de tus creencias sobre el tema.
Recuerda:
1. si no hay impulso, no hay cambio.
2. Crecer y tener más tiempo son incompatibles con no delegar
Si encontraste lo que te impulsa a delegar, ahora es el momento de hacerlo.
Claro, aparecen las creencias limitantes: nadie lo hace mejor que yo, me lleva mucho tiempo enseñar entonces prefiero hacerlo yo, no confío en mis colaboradores, tengo miedo a perder el control o el miedo al error, siento que no me valorarán, etc. Ante todas estas creencias primero aférrate a lo que te impulsa, que seguramente es más importante que los beneficios de no delegar.
En mi opinión, la primera acción a llevar a cabo para un proceso de delegación es cerciorarse que las personas a quienes delegarás tareas tienen las capacidades para ejecutarlas correctamente. Aunque parezca obvio, muchos no prestan atención a esto y luego, con el resultado, refuerzan su creencia de no delegar.
Si tienen la capacidad para hacerlo, debes hacer un acuerdo que contemple lo siguiente:
- Define claramente los resultados que esperas
- Muéstrale los recursos con los que cuenta.
- Especifica como será la rendición de cuentas.
- Infórmale sobre las consecuencias
SI te preguntas qué haces mientras tanto, la respuesta es: sé fuente de ayuda. Interiorízate sobre cómo va, qué esta aprendiendo, en qué puedes ayudarlo, qué tal lo estás ayudando. La persona se sentirá acompañada y vos estarás tranquilo con las creencias que seguirán minando tú cerebro.
¿Te animas a probarlo? Hace como Donaldo, anímate.
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