El 15 de junio de 1910, toda Inglaterra despedía enfervorizada al Terra Nova, el barco que partía hacia la Antártida a la conquista del polo Sur. Nunca en la historia de la exploración se había estado tan seguro de que una expedición alcanzaría su objetivo: disponía del material más moderno, gran parte de sus hombres tenían experiencia polar, y las cuatro quintas partes del itinerario habían sido exploradas por un compatriota suyo, Ernest Shackleton, dos años atrás.[1]
Todo parecía a punto para que el capitán Robert Falcon Scott se convirtiese en la primera persona en alcanzar tan ansiado lugar, el único punto geográfico significativo de la Tierra que el hombre no había pisado. Scott era un militar con una cultura muy centrada en la consecución del objetivo. La presión, el orden jerárquico de mando y el sacrificio por el resultado final eran pilares básicos de su estilo de liderazgo.
Sin embargo, el 12 de octubre recibió un telegrama con un contenido enigmático: «Me dirijo a la Antártida». Se acababa de enterar que tenía un competidor.
El misterioso telegrama procedía de Roald Amundsen, un noruego que se había hecho famoso por haber logrado atravesar en barco el mítico Paso del Noroeste, que une el océano Atlántico con el océano Pacífico por el norte de América. Los casi tres años que le llevó completar la travesía del Paso del Noroeste le permitieron relacionarse con los esquimales, y de ellos aprendió sus técnicas milenarias para desenvolverse en ese mundo de hielo y nieve. Amundsen no solo era un consumado deportista, un experto esquiador, sino que además era un líder exigente y ambicioso, pero muy empático y respetuoso con los miembros de su expedición; y sus hombres le admiraban y confiaban totalmente en él. Amudsen partió en secreto hacia la Antártida el 9 de agosto de 1910.
Una vez en la Antártida, en pleno verano austral, ingleses y noruegos montaron sus bases y se internaron en aquel desierto helado para establecer depósitos de comida y combustible que garantizaran el suministro durante la gran marcha de la primavera siguiente.
El 19 de octubre, Amundsen no pudo resistir más la tensión de la espera y decidió ponerse en marcha con cinco hombres y cuatro trineos, cada uno tirado por 13 perros. Ese mismo día, Scott hizo salir a la vanguardia de su equipo: cuatro hombres y dos trineos a motor que transportaban tres toneladas de material y alimentos. Otros 12 hombres y 10 caballos del grupo principal iniciaron su camino el 1 de noviembre, con Scott a la cabeza.
Sin dudas que el sistema de transporte noruego, cuyos trineos estaban tirados por perros, mucho más acostumbrados al ambiente polar tenía más ventajas que los caballos siberianos elegidos por Scott. Así fue como el 14 de diciembre los cinco noruegos al unísono clavaron la bandera de su país en el punto más austral del planeta. Habían vencido. Aquel día los británicos todavía se encontraban subiendo los glaciares, a 600 kilómetros de distancia, lo que le llevaría 34 días en recorrerlos.
Al llegar, los británicos encontraron una tienda con una carta de Roald Amundsen solicitándole que la entregara al rey Haakon VII de Noruega en caso de que él y sus hombres fallecieran en el viaje de regreso, para que su país supiese que habían conseguido llegar al Polo Sur antes que nadie.
Scott cometió diversos errores logísticos, a la vez que no respetó los límites físicos de su equipo, forzando el avance a pesar de que algunos mostraban claros síntomas de escorbuto y de debilidad. En el camino de regreso, graves errores de planificación y una combinación de agotamiento, hambre y frío extremo provocó las muertes de los cinco miembros del grupo de Scott, él incluido, antes de llegar, de nuevo, a la costa antártica. Su obsesión por lograr el objetivo sea como sea, termino en la tragedia y por esta es recordado, contrariamente a lo que pretendía al comenzar la expedición.
Una historia adicional.
En el año 1909 (dos años antes que Scott y Amundsen), Ernest Shackleton, faltando solo 111km para llegar, dio media vuelta cuando iba a ser el primer hombre en la historia en conseguir llegar al Polo Sur.
En su diario escribió que, cada día, sus hombres estaban más débiles y que, si bien podrían llegar al Polo, sería imposible que después consiguiesen regresar de nuevo hasta la costa para encontrar su barco. Renunció al gran sueño de toda su vida porque ponía en riesgo la vida de los miembros de su equipo.
Tres años después de las expediciones de Amundsen y Scott, Shackleton organizó otra gran aventura, para cruzar la Antártida de costa a costa pasando por el Polo Sur. Al inicio de la travesía, su barco quedó prisionero del hielo y tuvo que cambiar su objetivo inicial por el de intentar sacar vivos a sus hombres de allí, en la que se convirtió en una de las odiseas más conocidas de la historia de la exploración, porque tardaron 18 meses en poder salir de allí.
Shackleton nunca consiguió su objetivo de ir al Polo Sur, pero nunca perdió un solo hombre.
Tres líderes con distintas actitudes y con tres resultados diferentes.
Las historias relatadas llevan a preguntarse;
¿Lograr el propósito/misión/resultados justifica los medios para alcanzarlos?
¿Qué es más importante: el propósito o las personas?
¿Qué le aportamos a la sociedad al trabajar por alcanzarlo?
Las respuestas a estas preguntas determinaran no sólo el camino a seguir por el Líder, sino también asumir la responsabilidad que le corresponde.
En mi opinión la responsabilidad del líder es perseguir la misión/propósito/resultado/, equilibrando el valor humano con el económico, respetando sus valores con consciencia.
Al mencionar “con consciencia” lo hago para referirme al impacto que su accionar tendrá tanto en las personas como en el medio ambiente. Sin consciencia los líderes pueden generar tragedias, como la expedición de Scott.
Te dejo una reflexión
¿El mundo sería distinto si los líderes asumieran la responsabilidad que implica su liderazgo?
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