Esta semana tuve el honor de poder conversar durante dos horas con un grupo de empresarios sobre cultura organizacional, muy buena conversación por cierto.
Si bien conversamos sobre cultura, me llamó la atención como el paradigma de la tarea aparecía continuamente en el pensamiento y en los ejemplos que los empresarios traían a la conversación. Es que el empresario esta orientado a las acciones que lo llevan a los resultados.
Podrías preguntarte, ¿acaso no está bien que sea así?
Por supuesto, es indispensable pensar en la acción porque sin ella no hay resultados.
Hace mucho tiempo aprendí que si se quiere lograr una meta, primero hay que definirla claramente y luego ponerse en acción. Sin acción esa meta es un sueño y se cumple la profecía de que los sueños son solo eso sueños. Además aprendí que luego de la acción debe haber rendición de cuentas para analizar como vamos respecto de la meta y, llegado el caso, hacer alguna corrección.
Habitualmente esa corrección se realiza sobre la acción. Se modifican las acciones emprendidas, tal vez se adquieran nuevas capacidades y nuevamente a la acción. Seguramente se obtendrán resultados diferentes, pero muchas veces esos logros no condicen con la meta que se habían propuesto lograr.
La cuestión es que en ciertas ocasiones la corrección debe enfocarse sobre quien ejecuta las acciones. Con esto no estoy queriendo decir que hay que cambiar a quien ejecuta, sino que me refiero a la respuesta a la pregunta ¿Quién debe ser quien ejecuta para poder lograr la meta definida? Es reflexionar sobre la persona, sobre sus pensamientos, creencias acerca de las acciones que debe emprender para lograr la meta que se quiere lograr.
Las personas somos lo que somos en función de las decisiones que hemos tomado en el pasado. No se trata de analizar que estuvo bien o mal en la historia de la persona porque eso es lo que necesitaba para llegar a este momento. Como dice la canción, lo que pasó, pasó y es inmodificable. Esta fuera del control de la persona. De lo que se trata es de entender como ese pasado ha influido en los pensamientos y creencias de esta para poder accionar. Porque, como lo he dicho muchas veces, con las personas no se trata de la lógica sino de la emoción. Las personas somos mucho más efectivas cuando accionamos con la emocionalidad adecuada para hacerlo.
Este mismo análisis lo podemos hacer en el mundo empresarial. Los empresarios definen las metas a lograr y la estrategia para alcanzarlas. Cuando las metas no se alcanzar, diría que casi siempre la corrección se hace sobre la estrategia. ¿Qué hicimos bien o mal? ¿En qué fallamos? Pocas veces el análisis va un paso más atrás, en preguntarse ¿Quiénes debemos ser para alcanzar las metas que nos proponemos lograr? Y ese análisis recae sobre la cultura. Es la cultura la que sustenta la estrategia que permite lograr los resultados.
Las empresas son lo que son en función de las decisiones que se han tomado en el pasado. No se trata de analizar que estuvo bien o mal en la historia de la empresa porque eso es lo que necesitaban para llegar a este momento. Es inmodificable y esta fuera de su control. De lo que se trata es de entender como ese pasado ha influido en la cultura de la empresa, que no es ni más ni menos que las creencias, comportamientos y estados emocionales que viven las personas que las integran. Porque son ellas las que ejecutan la estrategia para lograr los resultados.
Tengo el convencimiento de que así como en las personas la diferencia entre las que logran lo que se proponen y las que no radica en lo que se dicen, las empresas que perdurarán en el tiempo serán aquellas que tengan una cultura que produzca los estados emocionales adecuados para que los talentos con lo que cuentan afloren de la manera adecuada.
Por eso, la próxima vez que deba corregir el rumbo pregúntese ¿Quién debo o debemos ser para…? Así revisará sus creencias o su cultura dependiendo de quien se trate.
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